Ya en el siglo XVII, el filósofo inglés Thomas Hobbes
había afirmado –como descripción y advertencia– que el “hombre en un lobo para
el hombre” (homo homini lupus) al considerarle un ser salvaje y astuto capaz de
cometer las atrocidades más sorprendentes con tal de satisfacer su instinto de
supervivencia. El hombre es capaz de todo con tal de sobrevivir, según este
fundador de la filosofía política moderna. Para él, el hombre puede despojarse
de cualquier moralidad con tal de sobrevivir.
La vigencia de esa afirmación es más que evidente en
una parte de nuestra sociedad; pues, algunos han asumido que el objeto tiene
más valor que el sujeto, que el dinero o cualquier objeto material están por
encima de las personas y no al servicio de ellas; o sea, va disminuyendo y
desapareciendo el valor del ser humano y de su vida. Esa misma observación hace
el escritor uruguayo Eduardo Galeano al sostener que “vivimos en un mundo donde
el funeral importa más que el muerto; la boda, más que el amor; el físico, más
que el intelecto”. Quizás la intención de poseer tantas cosas materiales o
lujos innecesarios sea para fomentar la apariencia y dejar de lado la misma
esencia humana. Entonces, la vida y toda moral concerniente a la promoción del
ser humano se subyugan a realidades extrínsecas como el dinero, el poder u
otras cosas que propicien exclusivamente la sobrevivencia individual sin que
importen los demás ni lo demás.
Con este tipo de pensamiento deshumanizante, el hombre
es, efectivamente, un lobo para el hombre; por eso, el hombre persigue, caza y
devora –cual lobo a sus presas– a otros hombres; se vuelve como un animal
salvaje en contra de los demás. Entonces, para quienes viven así, cualesquiera
que pudieran representar un riesgo (para que no se concrete ese pensamiento)
tienen que ser eliminados o neutralizados.
Todo eso induce a afirmar que una parte de nuestra
sociedad se está volviendo tanatólatra, dado que se encamina a aceptar,
promover o cometer incluso la muerte de los demás con tal de sobrevivir cual
ese lobo que menciona Thomas Hobbe. La tanatolatría es la veneración social de
la muerte. El término “tanatolatría” proviene de dos verbas de origen griego:
Θάνατος (tánatos) que significa ‘muerte’ y λατρεια (latría) que significa
‘veneración’.
Al ser una veneración que pone en contradicción a
nuestra moral, necesita emplear falacias para ser argumentada, justificada o
por lo menos sublimada por quienes padecen y promueven la tanatolatría. Incluso
en el vocabulario social encontramos esas diversas frases falaces empleadas por
los tanatólatras, tales como “merece la muerte”, “hay que matarle para
descansar de él/ella”, “habría que fusilarle”, “debería ser quemado/a en la
plaza pública hasta morir”, “debería permitirse la pena de muerte”, “muerto el
perro se acaba la rabia”, etcétera. En este contexto, vale mencionar la
sabiduría china: “si matamos a todos los ‘malos’, no quedaríamos los buenos
sino los asesinos”. La promoción y/o aceptación de la legalización de la pena
máxima (pena de muerte) es una de las tantas formas de sublimar un gran deseo
de asesinar o ver morir a la gente. Podríamos decir que quienes promueven o
aceptan la pena de muerte son tanatólatras, asesinos potenciales o incluso
asesinos reprimidos. Este tipo de pensamientos nos encamina a la tanatolatría;
estas ideas nos conducen paulatinamente a venerar socialmente la muerte de los
demás.
Cuando el filósofo Thomas Hobbe habla de que el hombre
es un lobo para el hombre, no está promocionando esa idea sino simplemente
sintetiza lo que observa en la sociedad y trata de advertirnos sobre ese hecho
para que podamos humanizarnos nuevamente. De hecho, la sociedad necesita
recuperar su humanidad deteriorada a causa de pensamientos que infravaloran la
vida y al propio ser humano. Ni el dinero, ni el poder ni los lujos están por
encima del ser humano sino al servicio de éste. Con un mínimo de razonamiento
podemos notar que el ser humano –en su integridad– es el bien más preciado, por
lo que todo pensamiento irracional o idea que pretendan sostener lo contrario
no pueden ser aceptados por una sociedad que se precie de ser racional.
Al Vino.