martes, 24 de mayo de 2022

CORAZÓN VS. RAZÓN (La histórica disputa entre cardiocentrismo y raciocentrismo).

- Por Alvino Villalba

“No sé por qué, pero ¡qué mal me cae esa persona!”, me dijo una amiga luego de haberle presentado un colega mío que vino de Uruguay para participar de un Conversatorio sobre Filosofía Latinoamericana; es decir, mi amiga no le conoce, nunca antes le vio ni compartió con él. Básicamente, no le conoce. Pero le odia (o casi le odia) sin siquiera conocerle; no le hizo daño ni le ha hecho algún mal a algún conocido o amigo/a de ella. No hay razón alguna para que ella experimente cierta animadversión contra mi colega. Sin embargo, lo que le ocurrió a mi amiga no es algo raro, ni fuera de otro mundo. Es que a veces alguien nos cae bien o nos cae mal sin que esa persona nos haya hecho o dicho algo (bueno o malo). ¿Alguna vez has experimentado eso con alguien a quien acabas de conocer? Lo más probable es que sí. Y no es porque seas raro o rara; es que los seres humanos somos así, hacemos, decimos, nos imaginamos o sentimos cosas que para la razón son absurdas o ilógicas. Lo que pasa es que tenemos dos motores fundamentales dentro de nosotros: la razón (cabeza) y los sentimientos (corazón). La mala noticia es que esos dos motores –que cohabitan dentro de nuestro ser- no se llevan bien, trabajan en forma descoordinada y –consecuentemente- se aponen. Difícilmente se ponen de acuerdo entre ellos. El ser humano tiene que hacer un esfuerzo muy grande para que no haya un desequilibrio muy notorio entre lo que piensa (razón) y siente (corazón).

La razón –como ya hemos escuchado varias veces- es el elemento que nos diferencia de todos los demás animales. De entre todos los animales, el ser humano es un animal racional. A diferencia de un lobo, una vaca o un tiburón, etc., nosotros tenemos la razón. Podemos razonar. Somos seres racionales, aunque sin dejar de ser animales. Entonces, es “normal” que nuestros comportamientos a veces sean racionales, lógicos, ordenados, y, otras veces, sean irracionales, ilógicos, absurdos y desordenados.

El corazón (no en el sentido biológico sino en el sentido metafórico) solamente siente; el corazón no razona, ni produce pensamientos lógicos. Su trabajo es solamente sentir. Y solamente dos cosas siente: odio y amor. La cabeza, en cambio, tiene tareas más complejas: el razonamiento, el pensamiento, la lógica, el orden, la armonía, la argumentación, etc. Entonces, es un tanto absurdo exigir al corazón que sea razonable.

En términos más cotidianos, esta disputa y desacuerdo entre la razón y el corazón se suelen notar, por ejemplo, cuando una hermosa mujer se enamora o se casa con un hombre que no ha nacido favorecido por la naturaleza para las poses pictográficas; dicho de otra manera, cuando una mujer bonita se enamora de un hombre feo. Muchos de sus familiares y amigos no pueden entender cómo ocurre eso e instan a la mujer a que piense, que razone y recapacite. Es ahí donde se constata que esa mujer ha sido guiada por un solo motor, que es el corazón; por otro lado, los familiares y amigos se han guiado solamente por un solo motor: que es la razón. Racionalmente no se puede entender cómo es que alguien tan hermosa termine enamorándose de alguien feo. Y es que ese es el trabajo del corazón: sentir (odio o amor).

Pero si uno es solamente racional cuestionaría posiblemente todas las cosas que hacemos y que son motivadas por el corazón, tales como saludarnos, pasarnos las manos, enamorarnos, tener amistades, visitarnos, escuchar músicas, irnos a la cancha o sentirnos bien cuando gana el equipo deportivo de nuestra preferencia, etc. Todas esas acciones no son racionales, pero el hecho de que seamos seres racionales, no implica que se deban suprimir nuestras emociones o sentimientos.

Hay comportamientos desprovistos de razonamiento que practicamos ordinariamente. Algunos son aceptados (amar, compartir con amigos, alentar a un club deportivo, irse a fiestas, practicar caridad o amor al prójimo, etc.); también hay otros que no son aceptados (odiar, ser rencoroso, lastimar a quienes nos caen mal, maltratar, fanatizarse, etc.). Podríamos decir, que el corazón y la razón son dos bueyes que estiran la carreta de nuestra vida. Si un buey es muy fuerte o muy débil o si avanza con más rapidez o lentitud en comparación con el otro buey, la carreta de la vida no podrá avanzar, encontrará tropiezos, podrá tumbarse, lastimarse a sí misma o a los demás. Es necesario que ambos caminen al mismo ritmo. Eso dependerá también de quien esté manejando (o conduciendo) esa carreta.

Si solamente hacemos caso a los dictámenes de nuestro corazón sin atender los dictámenes de la razón, entonces ocurre el “cardiocentrismo” (el centro es el cardio o el corazón). Pero, por otro lado, si solamente hacemos caso a los dictámenes de nuestra razón, sin atender los dictámenes del corazón, entonces ocurre el “raciocentrismo” (el centro es la ratio o racio o la razón). Entonces, hay personas y/o prácticas cardiocéntricas y hay personas y/o prácticas raciocéntricas. Por eso, lo ideal es que haya equilibrio o equidad entre la razón y el corazón.

Esta disputa entre la razón y el corazón ya ha sido estudiada por distintos filósofos a lo largo de estos 2.500 (dos mil quinientos) años de existencia de la filosofía. Y el filósofo francés llamado Blas Pascal (1623 – 1662) es el único que no se ha complicado mucho para comprender este fenómeno, por lo que concluye sosteniendo que “el corazón tiene razones que la razón no comprende”.

Al Vino.


* Publicado en Gaceta Guaireña el 23/11/2021 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL ROSTRO DE SATANÁS. Aportes para reflexionar sobre el mal, el malo y lo malo.

-Por Alvino Villalba Cuando la gente se imagina cómo sería el rostro del Diablo, la imagen que se crea en la mente es la de un ser parecido ...