jueves, 12 de mayo de 2022

LOS ROSTROS DE SAQUEADORES, MAFIOSOS Y CORRUPTOS

 

Tener una imagen distorsionada de los seres perversos dificulta identificar a quienes viven generando daños.












-Por Alvino Villalba

Cuando la gente se imagina cómo sería el rostro del Diablo, la imagen que se crea en la mente es la de un ser parecido a un humano, pero con piel roja, cola con punta de lanza, cuernos, colmillos, orejas puntiagudas y patas de cabra o un ente serpentino o dragontino. Grandes artistas han contribuido para fortalecer esas imágenes, tales como Francisco de Goya con su obra “El Aquelarre”, Jean-Jacques Feuchère con su escultura “Satanás”, Rafael Sanzio con su obra “San Miguel”, entre otros. Según algunos teólogos, este es uno de los motivos por el que cuesta reconocer al Diablo porque no se le identifica por los hechos sino por la apariencia, como si fuera que el “padre de la mentira y el engaño” se va a presentar con esas apariencias monstruosas si quiere conquistar a una persona.

Algo similar ocurre cuando hablamos de los saqueadores, mafiosos, corruptos, torturadores, asesinos, evasores de impuestos, entre otros criminales que generan daños gigantescos a la sociedad (a vos, a mí, a nuestros familiares y amigos que tienen nombre, apellido, historia, proyectos, anhelos y sueños). Tendemos a caer en la tentación de pensar que los criminales tienen apariencias diabólicas o monstruosas por lo que nos cuesta comprender y aceptar que los mismos son quienes nos dan palmaditas en la espalda durante sus recorridos por los barrios, así como muchos de los que nos reciben sonrientes en las Municipalidades, Gobernaciones, Senado, Ministerios u otras oficinas públicas, cuando nos acercamos a ellos para presentar algún planteamiento. Fácilmente se considera "buenas personas" a cualesquiera criminales solo porque se presentan con amplias sonrisas y con trato amable. ¿Por qué ocurre esto? Esta confusión ocurre porque nuestro concepto acerca de quienes podrían provocarnos daños está más bien relacionado con lo estético (lindo o feo) y no con lo ético (bueno o malo).

Seguimos pensando que quienes roban las comidas de los niños de las escuelas rurales (donde estudian los hijos de la gente humilde, laboriosa y honrada) por valor de Gs.16.150.000.000 van a ser personas que se cubren uno de sus ojos con un parche y que llevan puestas ropas harapientas con capa y sombrero con la imagen de una calavera; empero, quien saquea la comida de los niños es un hombre bien vestido, carialegre, bien perfumado y ocupa un asiento privilegiado en la Cámara de Senadores con una tablita bien pintada y decorada sobre su mesa que reza “Rodolfo M. Friedmann”, incluso, sin importar que el propio Ministerio Público haya declarado públicamente contar con elementos suficientes para demostrar que el mismo es un criminal que debe ser encarcelado por lavado de dinero, administración en provecho propio, asociación criminal y cohecho pasivo.

Erróneamente tendemos a imaginar que un despilfarrador de dinero del pueblo por valor de aproximadamente Gs. 18.500.000.000 (recurso que debía ser destinado a la reactivación económica y la ayuda social para paliar las necesidades del pueblo durante la pandemia) pudiera tener las mismas fantasiosas características estéticas de un pirata o de un maleante como el de las películas de Hollywood y no alguien que se presenta como risueño, sociable y “comprometido a trabajar solamente para el pueblo” posando para las redes sociales en una oficina en cuyo escritorio reposa una placa con la descripción “Dr. Juan Carlos Vera Báez Gobernador del Guairá” (cargo del cual fue destituido por corrupción). La lista es larga; los ejemplos sobran (lamentablemente); no obstante, para muestra bastan estos dos botones.

Tener una imagen distorsionada de los seres perversos, tanto ficticios (Diablo, Satanás, Lucifer, etc.) como reales (saqueadores, despilfarradores de dinero público, abusadores, corruptos, estafadores, mafiosos, asesinos, torturadores, etc.) dificulta identificar a quienes viven generando daños y también facilita a los mismos su impunidad social, mediática y judicial, ya que la carencia de una profundidad en el análisis y de una coherencia ética –envuelta en coraje y dignidad– posibilitan el aplauso, el cariño o el miedo y la resignación ante quienes generan tremendos daños (difícilmente reparables) a la sociedad.

Al Vino

 

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