Muchos conceptos se han
ido instalando en la mente de las personas convirtiéndose, a lo largo del
tiempo, como “verdades” incuestionables, fijas o asumidas como si fuesen
naturales, inamovibles e insuperables, hasta que ‘aparece’ quien las cuestione,
las ponga en duda, las ridiculice y –a la par- proponga lo contrario,
demostrando cuán equivocados hemos estado por mucho tiempo. Entre esas
verdades, la más conocida es la que admitía que el sol y los demás astros giran
alrededor de la tierra (geocentrismo), hasta que apareció un griego llamado Aristarco
de Samos (310 a. C. – 230 a. C.) a cuestionar esa teoría arguyendo que el sol
es el centro y que todos los demás astros giran alrededor del mismo
(heliocentrismo). Aunque con eso él no haya podido superar la hegemónica idea
geocéntrica, un astrónomo prusiano llamado Nicolás Copérnico (1473 – 1543)
retomó su propuesta poniendo nuevamente en duda al geocentrismo y demostró que,
efectivamente, es la tierra (con otros astros) la que gira alrededor del sol y
no éste alrededor de aquélla, como se creía durante siglos. Esto fue comprobado
por el filósofo y astrónomo Galileo Galilei (1564 – 1642) quien con su
telescopio observó el movimiento de los astros (estrellas, planetas, satélites,
cometas y asteroides) y comprobó la veracidad de lo que han sostenido Copérnico
y Aristarco.
Hasta acá, cabe señalar
unos datos (solamente para que no pasen desapercibidos): la teoría de Copérnico
se publicó luego de su muerte. Galileo Galilei fue condenado por la Iglesia
Católica por cuestionar el geocentrismo, teoría a la que se adscribía dicha
institución religiosa. Los libros de ambos científicos fueron incluidos en la
“lista negra” de Libros Prohibidos (Index Librorum Prohibitorum), porque
supuestamente ponían en peligro las creencias de la gente y con sus teorías pervertían
a las personas.
Así como en el pasado, en
la actualidad existen varios conceptos que se asumen como verdades y ya no se
cuestionan más, pese a que con la observación se puede constatar lo frágil que
es su aparente irrefutabilidad. Pero ante la incapacidad de producir
pensamiento crítico y –por lo tanto- autónomo, muchos repiten discursos
elaborados por otros reproduciendo ideas ajenas como si fuesen propias. Entre
esas ideas es frecuente escuchar que “progresa quien se esfuerza”, pero si
observamos nuestra sociedad comprobamos que quienes progresan son los que no se
esfuerzan sino los que se adueñan de esfuerzos ajenos (politiqueros, patronales
explotadores, policías, militares, jueces, fiscales saqueadores y corruptos),
mientras muchísimas personas -que sí se esfuerzan genuinamente a diario durante
toda su vida para ganarse honradamente el pan de cada día- no progresan sino
carecen hasta de los más básicos como alimentación, vivienda, educación,
recreación, salud, entre otros. Se subentiende, se entiende y se sobrentiende
que no todos los citados son corruptos o saqueadores, pero gran parte de ellos
sí.
Si es así (y es así),
¿cómo es que una idea como esa se sigue asumiendo como verdad? ¿Por qué todavía
no la cuestionamos y superamos? ¿A quién beneficia que se instalen en la
subjetividad personal y colectiva ideas como ésta? ¿Cuál es el interés no
declarable ahí? Seguramente hay más preguntas; empero, responder algunas de
ellas ya nos ayudará a ver por dónde micciona la gallina.
Una de las cosas que subyacen
a ideas como la mencionada (progresa quien se esfuerza) es la promoción del
individualismo y del exclusivismo (que excluye a los demás); pues, detrás del
propósito de progresar, también subyace la intención de ser o tener más cosas
que los demás, generalmente. Entonces, cuanto más se promociona el
individualismo, más se compite con otros, porque tiene que florecer la
individualidad y no la colectividad; es decir, el competir se sobrepone al
compartir y le suprime. El individualismo produce, casi siempre, un trastorno
de la personalidad llamado “narcisismo”, lo cual es muy visible en niños,
adolescentes y jóvenes de esta generación quienes no comparten con los demás
sino su interactuación está marcada por la competencia y por la promoción de sí
mismos. Todo esto infla su ego haciendo que una persona se enamore de sí misma
o, más bien, se enamore de la imagen que se ha creado sobre sí misma en las
redes o en su entorno donde aparenta lo que no es para que pueda ser querida,
aceptada o admirada.
No es que sea reprochable
esforzarse; el esfuerzo es un valor. Lo que sí es reprochable la pretensión de
instalar la idea de que quienes se esfuerzan progresan y que quienes progresan
(económica y materialmente) son los que se han esforzado más que vos o más que
tus amigos, familiares y conocidos que -a pesar del genuino esfuerzo- siguen
sin progresar o –incluso- experimentando necesidades básicas insatisfechas y
sintiendo vergüenza o remordimiento al pensar que su condición de empobrecido
se deba a su culpa “por no haberse esforzado lo suficiente”. Una sociedad que
supere el individualismo y recupere el valor de compartir ante el competir, es
una sociedad que podrá recuperar su humanidad.
Al Vino
* Publicado en Gaceta Guaireña el 02/12/2021 en este enlace: https://n9.cl/nksgo
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